«Se equivocó la gaviota»

Para entender a la derecha en España, conviene, entre otras lecturas galdosianas, tener el referente de tres libros: “La derecha sin remedio” de Ricardo de la Cierva; “El mito de la derecha” de Gustavo Bueno; y “En busca de la derecha (perdida) de José Javier Esparza. Con ellos se darán cuenta de la raíz y profundidad de nuestros males y de los posibles remedios, que no es poco. En todo el siglo XIX y XX, salvo el interregno de Franco, la derecha fue parte de los problemas políticos y sociales acaecidos en España, aunque no los agravó; careció de los principios y del necesario valor para defenderlos. Dejó a la izquierda el relato, la autoridad de lo verdadero, la enseñanza, los medios de comunicación y el control del poder judicial para cambiarlo todo, como natural evolución perfectiva de la democracia.

Tan colosal error viene siendo percibido por autorizadas voces de ciertos intelectuales españoles, sin un referente rotundo del “no es esto” orteguiano. Solo el nacimiento de Vox otorga fundada esperanza. Bajo ese banderín regeneracionista de valores y principios inmutables, deberíamos permanecer todos a los que les duela España, su descomposición, indigencia moral, intelectual y física; su deriva totalitaria y su carencia de impulso vital, lastrado por unos partidos empotrados en todas las administraciones públicas como las termitas en la madera.

La desintegración de la derecha canovista es similar a la actual y, ya entonces, era la izquierda la que le escribía la historia, sin salvarse ni Menéndez Pelayo. Siempre ha habido dos derechas, la derecha de los ideales y la derecha de los intereses. En la II República fue muy evidente y, desde la transición mucho más, pues triunfa la derecha de los intereses y la utilidad del voto. El problema es que ese materialismo no es dialéctico, ni histórico; no beneficia a todos los españoles y es, en esencia, cobarde, por instinto de conservación egoísta. La derecha de los ideales triunfó en la difícil contienda civil y bien que se notó durante el régimen de Franco. Vuelta a los orígenes decimonónicos, esta derecha cosechará el mismo resultado. La derecha de los intereses, una vez que asume el poder, se divorcia de la democracia, como antes se había divorciado de los principios. Se identifica con la izquierda interpretando a Maquiavelo en la asunción y conservación del poder, sin referente moral alguno.

Esa derecha de los intereses, desde la transición, viene siendo asumida sin complejos desde Adolfo Suarez hasta Aznar y Rajoy. Feijó es el final del trayecto, como Sánchez es el final de la democracia, del socialismo, o de los dos. La corrupción, los pactos oligárquicos con sindicatos y multinacionales, y la resurrección de la derecha nacionalista representa la metástasis de la enfermedad. La incoherencia del PP daría para muchos artículos; desde apuntarse al falso progresismo, hasta la ruptura con su historia, pasando por asumir cualquier tendencia que fije la izquierda acabada en ismo, por muy antinatural y perverso que sea.

El “cambio tranquilo”, la gaita templada, la voz sosegada, el oído fino; el no hacer nada también es una forma de hacer; los problemas los soluciona el tiempo; la moderación claudicante; el todo lo puede arreglar unos percebes regados de albariño y, sobre todo, el Galicia será lo que quieran los gallegos, vertebra el pensamiento eterno de la nueva derecha; vieja y destartalada antigualla que el rajoyismo dejó en la UCI. Feijó bien podría presentarse como tapa de un bar en Sevilla donde grita un camarero: “otro mariano”.

El discurso de presentación del nuevo leader del PP es desolador para los principios que deben regir toda actuación política. Ahora entiendo la razón del nulo esfuerzo para alcanzar el cargo, y aventuro un final aún peor: la cohabitación del agua y el aceite. Asume y fomentará el “Estado Autonómico”; mantendrá la Babel a base de impuestos y de arruinar a la clase media y al tejido empresarial; mantendrá que la biología no condiciona aptitudes y conductas; que la violencia de género se circunscribe sólo al hombre, como ser violento creado por Dios; asumirá que la historia parte de él y de Sánchez, todo lo demás es inútil soliloquio que a nadie importa; que los sexos son una opinión y que los sindicatos son una necesidad de los trabajadores. Auspiciará el aborto, la eutanasia y todos los ismos que nos degradan y arruinan. En definitiva y en lo que fundamenta nuestra razón de ser y existir como españoles, dará igual votar al PSOE que al PP, a Sánchez o a Feijó. Tampoco resultará necesario fingir que un diputado se equivocó en la votación. El sistema está a punto de explosionar. Se habrá consumado la involución antidemocrática en España.

Con ausencia absoluta de un pensamiento vertebrador y sin plantear siquiera la batalla cultural a la izquierda, el nuevo candidato concatenó adjetivos, conceptos abstractos, vaguedades sin compromiso y lugares comunes que sirven, como mera retórica, para cualquier cosa. En cuestión de objetivos de regeneración institucional y solución a los graves problemas que nos acongojan, nada. Mismos errores pasados y bicefalia organizativa. De Dolores de Cospedal y Sáez de Santa María a Cuca Gamarra y Elías Bendodo y, jugando a la Oca, tiran porque les toca.

El nuevo mandarín fija como referentes de futuro a Aznar y Rajoy, aviso para navegantes. Si la herencia de Aznar fue la victoria de Zapatero, terrorismo aún sin aclarar mediante; condena de la historia reciente; supresión del servicio militar obligatorio, y entrega de la educación a los separatistas de Pujol y cía. Y la de Rajoy la victoria Frankenstein de Pedro Sánchez, por el mantenimiento de las políticas de ingeniería social de Zapatero, ausencia de principios y debilidad ante el secesionismo; lo que se avecina es la involución del sistema en un gobierno de coalición con el socialismo. El PP deja de ser una alternativa valida frente a la agenda 2030 y la imposición de la memoria histórica, violencia de género, deriva autonomista, aborto, eutanasia, inmigración ilegal y control absoluto del poder judicial, último asidero del estado de derecho.

Ya no cabe más que una efímera “puerta grande” por demérito del rival, o, “enfermería” al “gitanillo de Orense”, nuevo matador del PP, blanqueador del socialismo y la corrupción institucionalizada, desguazador de lo que aún cohesiona en España: el idioma y la Guardia Civil. Feijó, me niego a escribirlo con doble cero, indicó en qué va a consistir el cambio, el nuevo rumbo, la panacea democrática. En hacer creer que todo cambia para que no cambie nada. Ese es el futuro de los peores retazos del pasado, el aglutinante, la vuelta a la casa común, al voto útil. Para este viaje no se necesitaban alforjas, diría un castizo. Espero que la militancia y votantes de esa derecha de epítetos mayestáticos, recuerde la fábula de Esopo – allá por el siglo VI a.C.-: “La tierra tembló, el monte rugió, pero solo parió un ratón”.

Descendientes de la invasión germánica, los Suevos (gallegos) no  han aportado mucho a la gobernanza común. O fue Reino de la Corona de Castilla, o nada. Los movimientos galleguistas y liberales sólo aportaron mansedumbre en la provocada derrota. El único español que gobernó desde el faro gallego toda la extensa meseta española y universalizó su tierra, Francisco Franco, vino a interpretar el plebiscito de la historia y granjearse el afecto de su pueblo, en vida; a base de construir el bienestar general de los españoles y un estado de derecho. Nunca interpretó de manera torticera el “sentido de estado” o “la soberanía”.

Desde la restauración Alfonsina tuvimos gobernando España a gallegos como José Canalejas, Eduardo Dato, ambos asesinados no obstante su proclamada bonhomía. En la II República Pórtela Valladares y Casares Quiroga, no invitan al optimismo. Mariano Rajoy rescató a los galaicos en el gobierno de España. Resta saber si el bolso representando al presidente en su escaño, no es el epitafio de la “nueva derecha”. El principio de la co-gobernabilidad entre Frankenstein Sánchez y el percebe Feijó. La rianxeira a toda gaita sonó con fuerza en el Congreso conventual orgánico, donde todos los presentes eran cargos del partido, estómagos agradecidos y aspirantes a seguir medrando, ya sea del estado, autonomía, ayuntamiento, o en el aparato del partido. “Descalziños pola área…quedaremos los españoles”.

El carácter efímero de la gloria permite reírnos del adanismo de estos petulantes de la política que nos desgobierna, y aventurar el fin de este sistema, ya con esclerosis múltiple. Si la historia les sirviera de enseñanza y no revancha, sabrían lo sucedido a Julio Cesar, a Napoleón, a Churchill después de ganar una guerra, a de Gaulle, después de resignificar la grandeur francesa. Y eso que se trataba de grandes estadistas que conformaron la historia de sus pueblos y no resulta comparable a estos mercachifles de la peor política liberal. Con razón advierte Arcadi Espada: “de tanta muñeira veo advenir un muñón”.

Observo paralelismos, lugares comunes y simbolismo entre la paloma de Alberti y la gaviota popular. El estado de ánimo del poeta, puede asimilarse a los congresuales peperos. Uno, en el exilio dorado de Paris; los otros, en el no menos dorado de Génova. En ambos casos la parábola del animal refleja la no asunción de culpa humana y, la belleza de las palabras, oculta la realidad de los hechos. La confusión domina ambos escenarios el de la paloma, antiguo; el de la gaviota actualizando el símil. “Se equivocó la gaviota. Se equivocaba. Por ir al norte, fue al sur. Creyó que el trigo era agua. Se equivocaba. Que tu falda era su blusa; que tu corazón, su casa. Se equivocaba”. El pueblo español despertará en la orilla. Feijó dormirá en la cumbre de una rama.

Estando, así las cosas, el liderazgo de la derecha de los principios, Vox, no debe buscar atajos; renunciar a ninguno de esos principios y esperar el momento de ponerlos en práctica. Nada de tactismos y cálculos electorales. Firmes en el mando y en la acertada selección de dirigentes. Cuenta con la ventaja de que el tiempo les dará la razón, sin prisa. Todos conspiraran contra ellos y su soledad mediática será su fortaleza interior. Su debilidad está en la inmadurez política, deficiente organización y escasez de dirigentes para hacer frente a tanto municipio y autonomía existente. Si no caen en los mismos errores de la partidocracia y asumen ser la voz del interés general de los españoles; si mantienen la transparencia y el rigor en su acontecer político, nada deben temer, por muy largas que sean las noches y muy aviesos sus enemigos. Ya no hay tiempo para liderazgos débiles y componendas inútiles. Son tiempo de soluciones y gobiernos que no mientan, ni confundan al electorado con utopías fracasadas o fórmulas de embaucador de serpientes. La libertad no se negocia, ni deben jugar más con ella los liberticidas de siempre.

Artículo primeramente publicado en el Boletín Nº 33 de AFÁN