Si algo se ha puesto de manifiesto en estas tandas de elecciones, es que nuestra sociedad ha dejado de ser uniforme también en lo político. Los increíbles cambios tecnológicos que han permitido a los particulares el acceso a estructuras e instituciones esenciales (como los mercados o el conocimiento) hasta ahora monopolio de profesionales, empresarios, intelectuales, etc.. , significan el fin de la sociedad de masas uniformes propia de la era industrial.

Antes de la revolución tecnológica, un particular solamente podía vender legalmente el coche y la casa, ahora vende su ropa, muebles, y todo lo que se le ocurra sin tener que profesionalizarse. Lo mismo puede decirse del conocimiento y la información.

Este enorme y revolucionario cambio ha pillado al aparato institucional con el pie cambiado, poniendo patas arriba los distintos sectores de la sociedad (comercio, hotelero, transportes, formación, financiero, etc..) conforme iban siendo penetrados por las nuevas formas de actuar que, apoyadas en el cambio tecnológico, desafían a las obsoletas instituciones y regulaciones todavía vigentes.

La ruptura de la uniformidad ha llegado también a la política causando el mismo efecto que un tornado. Las estructuras políticas ya no sirven de cauce de expresión de las necesidades, y preocupaciones de la sociedad, de ahí que la gente diga que “no se sienten representados “.

Y no es de extrañar, la sociedad emergente de la revolución tecnológica es heterogénea, diversa, desigual. Las masas de votantes que conformaban grandes mayorías políticas se han fragmentado, causando inestabilidad en el sistema, que intenta apuntalarse llamando a los votantes a “ser responsables” y no salirse de la fila.

La meteórica y fuerte irrupción de nuevos partidos en el ágora como VOX, capaces de dar voz a esa diversidad, trae de cabeza a los todavía todopoderosos pero caducos partidos políticos y a los analistas de “la cosa”. Generalmente explican el fenómeno por la corrupción moral, ideológica, económica, etc… de los viejos partidos, de ahí que el electorado los castigue votando a nuevos partidos más o menos heterodoxos. La misión de estos nuevos partidos sería la de “purificar” a los viejos partidos haciéndoles volver al “buen camino” y luego desaparecer. Así todo seguirá igual, estable, uniforme y perfecto. Mediocre.

Yo no lo creo. Habrá que liberarse de lo políticamente correcto y acostumbrarse a trabajar encontrando lo que hay de compatible entre los incompatibles y siempre lo hay, aunque para encontrarlo hay que tener altura moral e hilar muy fino. No se puede poner el vino nuevo en odres viejos.